El sello tiene una relación de amor odio con el papel, pero no pueden vivir lejos uno del otro, especialmente en el mundo de los documentos oficiales y oficinales. El sello es la mano con que damos un cachete de goma a los documentos para liberar cierta agresividad acumulada y certificar que son auténticos. Y, de paso, que no queremos renunciar al viejo orden.

sellos de goma

Desde el año 4.000 a.C. en la vieja Mesopotamia hasta nuestros días, ese artilugio simpático que es el sello, nos acompaña para dar fe de la autenticidad de un documento, la identidad de una persona, o el carácter irrevocable de una decisión.

Sellos sumerios

Los primeros sellos cilíndricos sumerios servían para imprimir sobre arcilla blanda, un sistema que también adoptaron los escribas egipcios. Más tarde, la cera fue empleada por asirios, hebreos, fenicios, romanos y otros pueblos de la antigüedad. Para sellar, se imprimía sobre la cera adherida al documento la piedra grabada, engarzada en un anillo, costumbre que duró hasta el siglo VIII y que se hizo extensiva a toda suerte de personas sin distinción de clase. De ahí el gran número de piedras grabadas que ha llegado hasta nuestros días. 

El uso del sello, o timbre, se extendió por todas las culturas aportando abundante material arqueológico que ha derivado en una especialidad denominada sigilografía (no en vano, actuar con sigilo proviene etimológicamente de mover un documento sellado).

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Sellos metálicos

Durante muchos siglos, los sellos metálicos adquieren gran popularidad y funciones muy diversas, desde los servicios de correos hasta los organismos administrativos, pero acaban recalando en el mundo del trabajo, la diplomacia y las instituciones como garante de autenticidad. Ahora sí, ya convertidos en el juego de tampón y almohadilla entintada con todos nos hemos teñido los dedos en algún momento juguetón de nuestra vida.

El sello es un objeto tan útil como característico y su uso es tan amplio que, incluso, se ha convertido en símbolo nefasto del exceso de burocracia. Pero ahí sigue, abofeteando alegremente el papel en formato fechador, numerador, aprobador, para asegurar que se ha cobrado una factura o para acreditar que el que firma no es un patán sino alguien autorizado por la compañía. El sello da fe de autenticidad con pompa y circunstancia. Tampoco nos hemos alejado tanto de Nabucodonosor, si vamos a ello.

Huella dactilar

Tan solo ahora, que la firma digital, la huella dactilar, el escáner de retina y otras formas de autentificación más modernillas se imponen, el sello ve amenazado su imperio de tinta azul. No obstante, hay algo de atávico en el uso de los viejos tampones que está indisolublemente ligado al universo del papel y que no parece dispuesto a desvanecer sin más. De hecho, entre las muchas trasformaciones inesperadas que ha experimentado el viejo sello, ahora mismo, está dando guerra en el universo del handcraft y las bellas artes como si fuera un jovencito con pañuelos de colorines. Incluso alarga su mango para entrar en el vecindario del diseño gráfico aportando una línea completa de fuentes tipográficas que imitan el texto sellado.

Creemos que nos vamos a librar de los sellos, pero sospechamos que en el escenario hipertecnificado de las próximas décadas, el sello será uno de los pocos reductos del humanismo. Como el papel, más o menos.