Muelles, poleas, contrapesos, articulaciones, brazo y antebrazo: el flexo es el objeto más antropomórfico que nos acompaña en la oficina. Es como el cíclope en miniatura que habita en la mesa de despacho, pero tan inofensivo como curioso.

flexo luxor

Se las conoce como flexo por el brazo móvil que permite orientarlas hacia nuestro punto de atención pero, en realidad, no todas las lámparas de trabajo funcionan con un cuerpo flexible. La historia del diseño se ha ocupado con generosidad de este sencillo equipo de luz dotándolo de innumerables e ingeniosos mecanismos que le permiten hacernos una reverencia y mirar con curiosidad lo que nos ocupa.

No somos conscientes de la compañía que nos hace hasta el día en que se funde su alma luminosa y maldecimos nuestra falta de previsión. Ahora incorpora leds y sus fabricantes nos han prometido que nos va a sobrevivir sin necesidad de recambios. Sinceramente, permítanme que lo dude.

Mientras tanto, ahí está, acompañándonos con paciente sentido de la observación, para recordarnos callada la primera lección del diseñador de iluminación: la luz ideal es un cóctel equilibrado de lúmenes directos e indirectos. El flexo nos regala los directos.

Es muy curioso, además, que se trata de uno de los pocos elementos de la oficina del pasado siglo que se lleva bien con los equipos informáticos. No le importa la molesta competencia de la pantalla de ordenador que se abre como un pavo real con sus estampas multicolores y su vibración constante mientras nos agrede la vista a cambio de otra dosis de Internet, de hojas de cálculo, de comercio electrónico o de lo que sea que nos obliga a permanecer siempre conectados. El flexo nos mira con humildad esperando el momento en que le diremos buenas noches con un clic. (El mío se enciende con un touch y el flexo está cubierto por una sofisticada camisa de material plástico pero sigue siendo un primo modernete en la inmensa familia de lámparas de trabajo).

La lámpara de brazo móvil es un artilugio que no tiene más de setenta y cinco años. La creó un diseñador noruego, Jac Jacobsen, que observó unas máquinas de coser inglesas provistas de luces orientables equilibradas con muelles de tipo grúa y comprendió el potencial que tenían. Perfeccionó el primitivo diseño y fundó en 1937 una fábrica para comercializarla, Luxo, que aún sigue produciendo el modelo original, ahora con leds. La empresa calcula que ha vendido más de veinticinco millones de unidades en todo el mundo durante este tiempo, lo que no está nada mal.

La L-1, como la llamó Jacobsen, se hizo pronto imprescindible en escuelas, oficinas, plantas industriales y centros de atención médica, mostrando su funcionalidad sin igual. La belleza, como ocurre con frecuencia en la historia del diseño, es un regalo añadido.

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Luxo Jr. candidato al Oscar

La primera película de animación tridimensional enteramente realizada por ordenador tiene como protagonista a una lámpara de trabajo inspirada literalmente en la clásica L-1. De hecho, el corto animado de John Lasseter que impresionó a su jefe, Steve Jobs, fue nominado al Oscar, y ha pasado a la historia, se llama “Luxo Jr.” Los creativos necesitaban un protagonista con aspecto antropomórfico pero, al mismo tiempo, suficientemente lineal como para no reventar aquellos sencillos programas de 3D. Una lámpara de trabajo fue la solución más evidente.

Con su cabeza luminosa con sombrero, sus piernas flexibles y su zapato circular, la L1 demostró que, tras una larga vida de servicio en las mesas de trabajo de medio mundo, aún le quedaba energía para contar una historia.