Joseph Allen, profesor de Salud Pública de la Universidad de Harvard, detalla, en este artículo, el estudio que evidencia el ahorro de coste en recursos humanos que aporta una mejora en la gestión del aire y la ventilación.

Joseph Allen aire
Ilustración: Raúl Benedito

Existe la tendencia a suponer que, siempre que se cumplan los estándares habituales, la calidad del aire en el entorno de trabajo no es un problema. Pero estos estándares no son muy altos. La norma internacional común que regula la cantidad de aire que ingresa desde el exterior en un espacio cerrado (‘ventilación para una calidad interior aceptable’) ni siquiera pretende garantizar una calificación de aire saludable.

En la década de 1970, los esfuerzos por conservar energía en los Estados Unidos incluyeron el endurecimiento de los edificios y la reducción de las tasas de ventilación con el fin de reducir la aportación de aire fresco al interior. Ello condujo, inadvertidamente, a una acumulación de contaminantes en el interior y al nacimiento de un fenómeno conocido como «síndrome del edificio enfermo». Esto provocaba un conjunto de síntomas, como irritación de los ojos, dolores de cabeza, tos y opresión en el pecho, que, aún hoy, es un problema.

Síndrome del edificio enfermo

Los estudios realizados demuestran que la cantidad de ventilación, o el aire fresco que se introduce en los interiores, es un factor determinante de la salud. Se ha verificado que una buena ventilación reduce los síntomas del síndrome del edificio enfermo, disminuye el absentismo e, incluso, evita la transmisión de enfermedades infecciosas.

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Nuevo campus para WPP en Amsterdam de BCG Architecture

Teniendo en cuenta estos estudios que relacionan directamente la calidad del aire con la salud, quisimos comprobar si una mejor ventilación afecta la función cognitiva, un indicador de la productividad del trabajador. Específicamente, la cuestión es ¿influye el aire en la capacidad de un trabajador para procesar información, tomar decisiones estratégicas y responder a las crisis?

Con la ayuda de mis colegas Jack Spengler y Piers MacNaughton, de la Universidad de Harvard, y de los colaboradores Suresh Santanam de la Universidad de Syracuse y Usha Satish del SUNY Upstate Medical, investigué esta cuestión.

Mejorar el rendimiento

En la primera fase de nuestro estudio, inscribimos a 24 ‘trabajadores del conocimiento’ (gerentes, arquitectos y diseñadores) en una prueba que consistía en pasar seis días, durante un período de dos semanas, en un ambiente laboral altamente controlado en el Centro de Excelencia de Syracuse. Les pedimos que se presentaran en este lugar cada día y realizaran su rutina normal de trabajo de 9 a 5 de la tarde. Mientras tanto, sin su conocimiento, cambiamos las condiciones de calidad del aire de sus espacios de trabajo, pasando de un entorno convencional, que simplemente cumplía con los estándares mínimamente aceptables, a uno optimizado.

Entorno optimizado

Para conseguir el entorno optimizado, aumentamos la cantidad de aire exterior que se introduce en el espacio (es decir, la tasa de ventilación) duplicando lo que se requiere según el estándar de ‘aire interior aceptable’, condición que la mayoría de los edificios puede alcanzar. También cambiamos el nivel de compuestos orgánicos volátiles (COV) mediante el control de la cantidad de materiales comunes que emiten ciertos productos químicos presentes, por ejemplo, en limpiadores de superficies, borradores, ropa lavada en seco y materiales de construcción.

Expusimos a los trabajadores a una concentración de COV típica. Finalmente, probamos tres niveles de dióxido de carbono (CO2) en el aire: niveles bajos (600 partes por millón) que resultan de las altas tasas de ventilación, un nivel típico en muchas oficinas (950 ppm) y niveles más altos que se encuentran comúnmente en escuelas (1400 ppm).

Pruebas cognitivas

Mantuvimos todo lo demás constante. Al final de cada día, evaluamos el desempeño de los trabajadores en la toma de decisiones mediante una prueba de función cognitiva estandarizada que los investigadores han utilizado durante décadas.

Encontramos que respirar aire de mayor calidad conlleva un rendimiento de toma de decisiones significativamente mejor entre nuestros participantes. Vimos puntuaciones más altas en nueve dominios de función cognitiva cuando los trabajadores estaban expuestos a mayores índices de ventilación, niveles inferiores de sustancias químicas y menos dióxido de carbono. Los resultados mostraron las mayores mejoras en las áreas que prueban cómo las personas usan la información para tomar decisiones estratégicas y cómo planean situaciones de crisis. Éstas son, exactamente, las habilidades necesarias para ser productivos en la economía del conocimiento.

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Antigua Fundación Barberí convertida en estudio de RCR Arquitectes en Olot

El experimento

Realizamos el estudio mediante el método doble ciego para limitar el riesgo de sesgo. Al igual que los participantes ignoraban las condiciones cambiantes de sus lugares de trabajo, los científicos que analizaron los datos de la función cognitiva se mantuvieron ajenos a las condiciones del experimento. Además, controlamos las diferencias entre los participantes y medimos el desempeño de cada individuo en comparación con su propia línea de trabajo. No nos importaba si una persona era más inteligente que otra. Nos interesaba la comparación de las personas con ellas mismas en diferentes condiciones.

Para asegurarnos de que no hubo ninguna influencia por efecto del aprendizaje (los sujetos obtienen mejores resultados después de realizar el examen varias veces) y no se introducía ningún sesgo (si el cegamiento no funciona), repetimos una de las condiciones de exposición (ventilación alta, bajo COV, bajo CO2) en el primer y último día, con nueve días de diferencia. Los resultados fueron consistentes, lo que indica que no hubo efectos de aprendizaje y que el cegamiento fue efectivo.

Probando en el mundo real

En la segunda fase del estudio, pasamos del laboratorio al mundo real para probar factores adicionales más allá de la ventilación, los COV y el CO2 que pudieran influir en la función cognitiva. Inscribimos a más de cien trabajadores del conocimiento en diez edificios en los Estados Unidos, seis de los cuales obtuvieron la Certificación Verde (World Green Building Council). Aunque este sello implica menor uso de energía y quizás tasas de ventilación más bajas, los edificios cumplen bastante bien estos objetivos. Medimos la calidad del aire interior en cada uno de estos edificios y la función cognitiva de los trabajadores de la muestra.

Al controlar factores como el salario, el tipo de trabajo y la ubicación geográfica, encontramos que los trabajadores de los edificios que tenían la Certificación Verde obtuvieron calificaciones más altas en las pruebas. Además de la calidad del aire, vimos que la temperatura también tenía un efecto evidente. Cuando las personas trabajaban en un rango de temperatura y humedad cómodo, se desenvolvían mejor en las pruebas de toma de decisiones, independientemente del edificio en el que se encontraban.

El entorno, herramienta de RRHH

¿Qué deben aprender de estos hallazgos los líderes y los diseñadores de espacios? La respuesta corta es que una mejor calidad del aire en la oficina facilita un mayor rendimiento cognitivo entre los empleados. Por supuesto, estos solo son dos estudios, pero son totalmente consistentes con 30 años de ciencia sobre los beneficios de tasas de ventilación más altas.

En la mayoría de los edificios, los responsables de la compañía pueden actuar de inmediato. El primer paso es observar sus indicadores de calidad del aire y ver si hay margen para mejorar. Si bien el coste puede preocupar en principio, resulta que el importe de mejorar la calidad del aire a través de mayores tasas de ventilación es mucho más bajo de lo que se cree.

Bajan los costes

Estudiamos estos presupuestos bajo cuatro tipos de sistemas de ventilación en ciudades de los Estados Unidos que ocupan diferentes zonas climáticas y tienen diferentes fuentes de energía. Nuestras estimaciones muestran que el coste de duplicar las tasas de ventilación sería menor de 38 € por persona/año. En la mayoría de las ciudades, es aún más bajo. Cuando se usan sistemas de ventilación de eficiencia energética, el costo baja hasta 1 a 10 € por persona/año.

También comparamos las evaluaciones de la función cognitiva de nuestro estudio con los miles de personas que realizaron la prueba en otros entornos y emparejamos el aumento porcentual de los resultados a los datos de salarios. De esta forma, estimamos que los beneficios del aumento de productividad gracias a la duplicación de las tasas de ventilación son de 5800 € por persona/año. Esto no incluye otros beneficios potenciales para la salud, como la reducción del síndrome de edificios enfermos y el menor absentismo.

La salud ahorra dinero

En última instancia, es conveniente que los gerentes de las compañías incorporen de manera rutinaria la salud en todos sus cálculos de coste-beneficio. Cuando se tiene en cuenta este facto, los costes para mejorar el ambiente interior se pueden sopesar adecuadamente con los beneficios de la productividad. Por ejemplo, un director de recursos humanos verá, claramente, que un presupuesto de instalaciones mejorado reducirá el coste de sus empleados. Esto convierte a los edificios, en esencia, en una herramienta de recursos humanos.

Salud y productividad

Además de administrar los COV, las tasas de ventilación y la temperatura, los administradores deben considerar otros aspectos críticos del ambiente interior que influyen en la salud y la productividad, como la iluminación y el ruido.

Esta investigación agrega evidencia empírica a un fenómeno reconocido hace mucho tiempo. Ben Franklin dijo una vez: «Estoy convencido de que ningún aire en el exterior es tan insalubre como el de una habitación cerrada que, a menudo, se respira y no se renueva». Todos hemos luchado para concentrarnos en una sala de conferencias cerrada y caliente. Cuando se abre una ventana o puerta y entra aire fresco, se respira vida en la habitación. Las empresas se beneficiarían al reconocer esto y tomar medidas para optimizar la calidad del aire y mejorar la salud y la productividad de sus empleados.

Joseph Allen aire

Joseph G. Allen es profesor asistente y director del programa Healthy Buildings de la Escuela de Salud Pública TH. Chan de la Universidad de Harvard. Es el investigador principal del Estudio CogFx y autor del tratado ‘Los 9 cimientos de un edificio saludable’.