Antigualla para amantes del vintage polvoriento, solaz de nostálgicos del pasado que siempre fue mejor y pequeños nativos digitales que contemplan con asombro cómo sus abuelos trabajaban con unos extraños ordenadores que tenían la impresora incorporada detrás. La máquina de escribir fue, durante un siglo, el epítome del progreso. Descanse en paz.

Modelo Valentine de Olivetti diseñado por Ettore Sotssas

Con ella muere una época tan reciente que la mayoría conservamos la máquina de escribir que nos permitió presentar los trabajos del instituto. La guardamos por nostalgia y también por superstición, no vaya a ser que un día el planeta se desenchufe y nos veamos obligados a escribir nuestras memorias en formato unplugged. Yo conservo mi vieja Valentine roja en recuerdo de una pulsión juvenil por el diseño que fue toda una premonición.

La propia denominación máquina de escribir es un bello oxímoron que contrapone dos conceptos realmente excluyentes: la mecanización y el acto de escribir (etimológicamente, rayar) sobre una superficie. La mano y la máquina nunca han estado más cerca de representar el universo cyborg que durante ese acto en que el tabulador, el rodillo, las teclas, el espaciador y la palanca se convertían en prolongaciones de nuestra mente. El papel que arrancábamos con satisfacción del yugo de caucho lo documenta.

La entrañable herramienta es el símbolo perfecto de la estética steampunk que resucita de forma romántica todo lo relacionado con la máquina de vapor y aquellas maravillosas obras pioneras de la ciencia ficción que imaginó Verne (con su pluma estilográfica).

El teclado qwerty

El teclado Qwerty se convirtió en el heraldo de los nuevos tiempos adoptando el formato de un viejo órgano que emitía una música amartillada singular en aquellas oficinas paisaje plagadas de seres humanos afanosos. Creó un cuarteto perfecto con el timbre marginal de aviso, la calculadora mecánica que brindaba una línea de bajo y la melodía sincopada del disco de marcar telefónico. Las composiciones de cuerda parecían inagotables, pero, en realidad, estaban poniendo la banda sonora de un futuro que trazaban sobre las paredes de un garaje de California un grupito de chavales barbudos. Cuando apareció la máquina de escribir electrónica de bola fue para redactar su propio testamento.

Pianistas de la palabra

La dulce venganza del artilugio, que llevaba nombres tan hermosos como Remington, Underwood, Olivetti y Olimpia, ha sido obligar a los modernos procesadores a cargar con su viejo teclado Qwerty durante años, hasta pasar una frontera que no vemos todavía pero que, tarde o temprano, lo sustituirá por impulsos mentales o visuales y liberará a los dedos de esa hermosa habilidad antinatural que es la dactilografía. Mientras tanto, todos somos aún pianistas de la palabra.

Nada nos prepara para lo que se acerca en el horizonte del progreso, pero algunos artilugios nos acompañan de la mano hasta la orilla y se despiden de nosotros sin más. En silencio. La máquina de escribir es el más tenaz de todos y el que más alegría proporcionará a nuestros nietos por lo absurdo de su esencia en un siglo en que todo parecía que podría ser posible y el progreso se escribía a cuatro dedos con dos copias de papel carbón.

TEXTO MARCEL BENEDITO
FOTOS: SHUTTERSTOCK